Breve historia del razonamiento kinesiológico

Dr. Iván Rodríguez Núñez

Introducción

Hablar de la historia de la kinesiología no es únicamente enumerar fechas, autores y escuelas, sino adentrarse en un proceso más profundo: la evolución del razonamiento kinesiológico. Este razonamiento se fundamenta en una premisa central que ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes: el ejercicio y el movimiento corporal, además de ser expresiones vitales, poseen un efecto benéfico sobre la salud y pueden utilizarse como medio terapéutico para recuperar la funcionalidad perdida. Si bien la kinesiología como disciplina profesional surge recién en el siglo XIX con el desarrollo de la gimnasia sueca y la consolidación de la fisiología del ejercicio, sus raíces intelectuales y prácticas se hunden en tradiciones filosóficas, médicas y pedagógicas milenarias.

En la Grecia clásica, pensadores como Heródico de Selimbria, Hipócrates de Cos y Galeno de Pérgamo ya habían articulado una visión del ejercicio como herramienta higiénica y terapéutica. Heródico recomendaba caminatas y ejercicios gimnásticos graduados para prevenir y tratar enfermedades; Hipócrates clasificó los ejercicios según intensidad y finalidad, integrándolos a un régimen de vida que combinaba dieta, descanso y hábitos saludables; Galeno sistematizó el valor higiénico del ejercicio y el masaje como pilares de la salud preventiva. Estas concepciones anticipaban un principio que aún hoy sostiene a la kinesiología: el movimiento correctamente dosificado no solo fortalece el cuerpo, sino que restablece equilibrios internos y promueve la recuperación funcional.

La Edad Media y el Renacimiento conservaron y renovaron estas ideas. Textos como el Libro del ejercicio corporal y sus provechos de Cristóbal Méndez (1553) y el De Arte Gymnastica de Girolamo Mercuriale (1569) revalorizaron el ejercicio como parte esencial de la higiene y la medicina, difundiendo la noción de que la actividad física podía prevenir enfermedades y corregir disfunciones. La modernidad, con Descartes, Borelli y el mecanicismo, aportó un nuevo marco: el cuerpo humano pasó a concebirse como un sistema de palancas, fuerzas y órganos que podían describirse matemáticamente, lo cual sentó las bases de la biomecánica y de la fisiología experimental. El razonamiento kinesiológico se enriqueció así con un componente cuantitativo y empírico que permitió relacionar directamente el movimiento con procesos fisiológicos observables.

El siglo XIX fue decisivo con Peter Henrik Ling y su sistema de gimnasia sueca. Ling propuso que el movimiento debía ser analizado desde la anatomía y la fisiología, aplicado de manera dosificada y adaptado a las necesidades del individuo. Su gimnasia médica, pedagógica y estética convirtió al ejercicio en un verdadero “medicamento cinético”, institucionalizando la idea de que el movimiento puede ser prescrito con fines preventivos, correctivos y terapéuticos. Al mismo tiempo, la medicina experimental de Claude Bernard y los avances en neurología, fisiología respiratoria y bacteriología reforzaron el lugar del ejercicio en la prevención y rehabilitación de enfermedades. De este modo, el razonamiento kinesiológico consolidó su identidad científica, apoyado tanto en la experiencia histórica como en la evidencia moderna.

En síntesis, el desarrollo de la kinesiología puede comprenderse como la historia de una convicción progresivamente fundamentada: el movimiento humano, más allá de ser objeto de contemplación filosófica o de práctica cultural, constituye un recurso esencial para la salud. El objetivo de este texto es, precisamente, describir los fundamentos, aplicaciones y utilidad clínica del razonamiento kinesiológico, mostrando cómo a lo largo del tiempo se fue configurando la idea de que el ejercicio no solo es expresión de vida, sino también una poderosa herramienta para la restauración de la funcionalidad.

Origen etimológico del término Kinesiología

El término kínesis (κίνησις), núcleo de la reflexión aristotélica sobre el cambio, se define en la Física (III, 1, 201a10-12) como “la actualidad de lo potencial en cuanto a tal” o, en términos equivalentes, “la entelequia de lo que es en potencia”. Con ello, Aristóteles plantea que el movimiento no es un simple estado intermedio ni un hecho aislado, sino el proceso mismo por el cual una posibilidad intrínseca a un ente se actualiza de manera progresiva sin haber alcanzado aún su fin último. Un ejemplo clásico es la transición de un aprendiz que, en virtud de su capacidad de aprender (potencia), se convierte en un profesional competente (acto), pasando por un desarrollo activo que es en sí mismo movimiento.

En el marco de la kinesiología, entendida como disciplina tecnocientífica que estudia el movimiento humano en sus dimensiones biológica, mecánica y funcional, esta concepción ofrece una base ontológica sólida: el movimiento no se reduce a un desplazamiento espacial o a la contracción muscular, sino que es la manifestación de un potencial vital que se actualiza en interacción con el entorno. Desde esta perspectiva, el kinesiólogo no solo describe patrones motores, sino que interpreta procesos de actualización de capacidades, por ejemplo, la recuperación de la movilidad articular tras una lesión, que supone el paso de una posibilidad latente (recuperar la función) a su realización efectiva (movimiento coordinado y eficiente).

La noción de Logos (λόγος) en Aristóteles añade una dimensión epistémica al análisis: el Logos implica razón, palabra y medida, y aplicado al estudio del movimiento supone la capacidad de comprender sus causas (aitiai), describir sus fases y orientar su desarrollo hacia fines concretos. En kinesiología, esto se traduce en la integración de modelos teóricos y herramientas diagnósticas que permiten evaluar no solo el “cómo” se mueve un sujeto, sino también el “por qué” y el “para qué” de dicho movimiento.

En diálogo con la ciencia contemporánea, la fisiología del ejercicio y la neurociencia del movimiento reinterpretan la kínesis aristotélica a la luz de procesos como la plasticidad neural, la adaptación musculoesquelética o el control motor. En rehabilitación, por ejemplo, la noción de “actualidad de lo potencial” se refleja en el entrenamiento progresivo, donde cada estímulo aplicado a un organismo lesionado desencadena adaptaciones que acercan al paciente a su estado funcional óptimo. La entelequia se traduce aquí en la meta terapéutica, mientras que el proceso de rehabilitación es la actualización paulatina de esa meta en el plano real.

Así, el marco conceptual de Aristóteles, lejos de ser una reliquia histórica, provee un andamiaje filosófico que sigue siendo pertinente para la comprensión integral del movimiento humano y para fundamentar la praxis de la kinesiología como disciplina tecnocientífica orientada a la salud, la función y la optimización del potencial humano.

El ejercicio y actividad física como herramienta terapéutica

En la Grecia clásica del siglo V a. C., el cuerpo humano no era visto únicamente como un organismo biológico, sino como una expresión de armonía cósmica y moral. El ideal de kalokagathía (la síntesis de belleza física y excelencia moral) impregnaba la educación, el deporte y la medicina. En este marco, Heródico de Selimbria (480 a. C.) e Ico de Tarento (472 a. C.) constituyeron dos hitos complementarios en el surgimiento de una concepción integral del cuidado corporal.

Heródico de Selimbria, médico, sofista y maestro de Hipócrates, desarrolló un enfoque que integraba la gimnástica terapéutica en el tratamiento y la prevención de enfermedades. Inspirado en la noción de enkráteia (autodominio) y en el principio hipocrático de que “la naturaleza es el mejor médico” (physis iatros), defendió que la salud dependía de la regulación consciente de la vida diaria (diaita), lo que incluía ejercicio, dieta, descanso y hábitos de higiene. Según Galeno (De Sanitate Tuenda) y los fragmentos del Corpus Hippocraticum, Heródico prescribía caminatas progresivas, ejercicios gimnásticos y masajes adaptados a cada paciente, buscando estimular las funciones musculoesqueléticas, circulatorias y respiratorias. Desde un punto de vista filosófico, su propuesta se alinea con la visión aristotélica del movimiento como actualización de una potencialidad (kínesis), en este caso la capacidad latente del cuerpo para sanar y fortalecerse.

Ico de Tarento, destacado pentatleta olímpico en la Magna Grecia, recogió este enfoque integral y lo trasladó al alto rendimiento deportivo, añadiendo un componente innovador: la nutrición personalizada como factor de rendimiento. Según Filóstrato (Gymnastikos), Ico diseñaba dietas ricas en proteínas y grasas saludables (principalmente de origen animal y oleaginoso), limitando los cereales y adaptando la ingesta a las necesidades energéticas del entrenamiento. Su propuesta rompía con la dieta predominante en Grecia (centrada en pan, legumbres y vino) y se adelantaba a principios que hoy reconocemos como periodización nutricional, balance de macronutrientes y suplementación específica.

En el plano filosófico, la obra de Ico se inscribe en la continuidad del pensamiento pitagórico y platónico sobre la armonía del cuerpo y el alma: una dieta equilibrada no era únicamente un medio para la fuerza física, sino también para la estabilidad psíquica y el autocontrol moral. La diaita, en su sentido más amplio, se concebía como una disciplina ética y física que ordenaba la vida hacia la excelencia.

Históricamente, ambos se sitúan en un momento de transición: el saber médico empezaba a emanciparse de lo mítico-religioso para fundamentarse en la observación, la experiencia y la razón (logos). Heródico representa la incorporación de la ciencia del movimiento al campo médico; Ico, la aplicación de principios fisiológicos y dietéticos al deporte de élite. Entre ambos trazan una línea que conecta el cuidado terapéutico con la optimización del rendimiento, anticipando una visión holística que hoy forma la base de la kinesiología y la medicina del deporte.

Desde la ciencia moderna, muchas de sus intuiciones han sido confirmadas. La evidencia en fisiología del ejercicio respalda la actividad física como intervención terapéutica, mejorando la capacidad cardiorrespiratoria, la fuerza muscular y la plasticidad neuromotora, mientras que la nutrición adaptada al entrenamiento modula el metabolismo energético, optimiza la reparación tisular y previene el sobreentrenamiento. En este sentido, Heródico e Ico no fueron figuras aisladas, sino precursores de un paradigma integrador donde cuerpo, mente y hábitos de vida conforman una unidad indisoluble orientada al bienestar, la salud y la excelencia humana.

El movimiento y ejercicio en Hipócrates de Cos

Hipócrates de Cos (460–370 a. C.) es considerado el padre de la medicina científica por su papel en la sistematización del conocimiento médico, separándolo progresivamente de las explicaciones mágico-religiosas y fundamentándolo en la observación, la razón (logos) y la experiencia clínica. Su influencia se plasmó en el Corpus Hippocraticum, un conjunto de más de 60 tratados atribuidos a él y a su escuela, donde se recoge una medicina basada en la comprensión de la naturaleza humana (physis) y su relación con el entorno.

En el ámbito del movimiento, Hipócrates clasificó los ejercicios según su intensidad, duración y finalidad, estableciendo una distinción entre ejercicios “duros” (de gran esfuerzo), “moderados” y “suaves” (de baja demanda física), y describiendo sus efectos diferenciales sobre el cuerpo. Esta clasificación no solo tenía valor diagnóstico y terapéutico, sino que también buscaba adecuar el ejercicio al estado de salud, la edad y la constitución del paciente. En obras como Aires, aguas y lugares y Sobre el régimen (De diaeta), propuso el uso del movimiento como herramienta terapéutica para mantener el equilibrio corporal y prevenir enfermedades, integrándolo en un régimen más amplio que incluía la alimentación, el descanso y la regulación de los hábitos.

Hipócrates fue también un pionero de la medicina preventiva, introduciendo la idea de que la salud podía preservarse mediante la adaptación del estilo de vida a las condiciones climáticas, geográficas y estacionales. Su enfoque se sustentaba en la teoría humoral, según la cual la salud dependía del equilibrio entre cuatro humores corporales (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra). El ejercicio físico, junto con la dieta y otros elementos del régimen, era un medio para conservar o restaurar este equilibrio, lo que anticipa de manera rudimentaria el concepto moderno de homeostasis.
Desde una perspectiva filosófica, la medicina hipocrática refleja la influencia del pensamiento presocrático y del enfoque teleológico que caracterizaba a la ciencia griega: el cuerpo no era visto como un conjunto de órganos aislados, sino como un sistema integrado que interactúa con el entorno y cuya función óptima depende de la armonía interna y externa.

Históricamente, la obra de Hipócrates se sitúa como un puente entre los aportes de precursores como Heródico de Selimbria (que introdujo la gimnasia terapéutica) e Ico de Tarento (que vinculó dieta y rendimiento), consolidando en un corpus coherente las bases de la medicina del ejercicio, la prevención y el cuidado integral de la salud.
En términos científicos actuales, muchas de sus intuiciones han sido confirmadas: la prescripción de ejercicio adaptado al estado físico mejora la función cardiovascular, respiratoria y musculoesquelética; la individualización de la dieta y el entrenamiento reduce el riesgo de enfermedades crónicas; y la prevención sigue siendo un pilar de la medicina basada en la evidencia. Por ello, Hipócrates no solo dejó un legado ético (reflejado en el célebre Juramento Hipocrático), sino también metodológico y terapéutico, que sigue inspirando la práctica médica y la kinesiología contemporánea.

Galeno de Pérgamo. Padre de la medicina medieval.

Galeno de Pérgamo (129–216 d. C.), médico, cirujano y filósofo del Imperio Romano de origen griego, fue uno de los autores más influyentes de la medicina antigua, cuya obra dominó la teoría y la práctica médica en Occidente y el mundo islámico durante más de 1.400 años. Formado inicialmente en Pérgamo y posteriormente en Esmirna, Corinto y Alejandría, combinó el legado hipocrático con el pensamiento filosófico aristotélico y estoico, otorgando al cuidado de la salud un fundamento tanto fisiológico como ético.

En su tratado De Sanitate Tuenda (“Sobre la higiene”), Galeno desarrolló un enfoque integral de la salud preventiva, situando el ejercicio físico y el masaje como herramientas esenciales para mantener el equilibrio corporal y evitar la aparición de enfermedades. Definió el ejercicio como “un movimiento que altera la respiración” (kínesis pneumatos metaboliké), con lo que estableció un criterio fisiológico claro: la actividad física debía producir un cambio perceptible en el ritmo respiratorio, lo que hoy identificaríamos como una respuesta cardiorrespiratoria al esfuerzo.

Galeno clasificó el ejercicio en función de su intensidad (ligero, moderado y vigoroso), su duración y su finalidad (mantenimiento, prevención o rehabilitación). Describió también ejercicios específicos para diferentes edades, estados de salud y profesiones, anticipando la prescripción individualizada que hoy se considera estándar en kinesiología y fisioterapia. Su práctica médica incluía, además, la combinación de actividad física con técnicas de masaje (fricción y presión) para mejorar la circulación, reducir tensiones musculares y favorecer la recuperación tras el esfuerzo.

Desde una perspectiva filosófica, Galeno integró la teoría hipocrática de los cuatro humores con la visión aristotélica de las causas del movimiento, entendiendo la salud como el equilibrio dinámico (eukrasia) del organismo. Adoptó el principio estoico de la moderación, insistiendo en que el ejercicio debía ser suficiente para estimular los sistemas corporales sin provocar fatiga excesiva o lesión. Históricamente, su obra consolidó y sistematizó los aportes de Heródico, Ico e Hipócrates, llevándolos a un nivel más técnico y normativo, y estableciendo un marco higiénico-terapéutico que sería adoptado por médicos bizantinos, árabes y renacentistas.

En términos científicos modernos, las observaciones de Galeno encuentran respaldo en la fisiología del ejercicio, que reconoce la respuesta ventilatoria como un marcador objetivo de la carga de trabajo y la intensidad del esfuerzo. Su énfasis en la prevención mediante la combinación de actividad física, masaje, dieta y equilibrio psicoemocional lo convierten en un precursor de la medicina preventiva y rehabilitadora contemporánea. Así, Galeno no solo fue un transmisor del saber antiguo, sino un innovador que articuló la teoría médica con la práctica física, dejando un legado que todavía hoy inspira los fundamentos de la salud integral.

Filóstrato y el Gymnastikós

El Gymnastikós, escrito por Filóstrato de Lemnos en el siglo III d.C., constituye uno de los primeros intentos de sistematizar la gimnasia como disciplina teórica en la tradición grecorromana. Más allá de ser un manual de entrenamiento, el texto es una reflexión sobre la función del ejercicio en la vida del ser humano, situándolo en el cruce entre medicina, educación, cultura y filosofía.

En primer lugar, Filóstrato se esfuerza por elevar la gimnasia a la categoría de ciencia del movimiento humano. Frente a quienes la consideraban un mero espectáculo o un adiestramiento competitivo, argumenta que la gimnasia posee fundamentos anatómicos y fisiológicos que la convierten en un conocimiento legítimo y necesario. De este modo, establece un puente directo con la tradición médica hipocrática y galénica, defendiendo que el ejercicio no solo fortalece el cuerpo, sino que cumple una función de medicina preventiva regulando los humores, favoreciendo la circulación y preservando el equilibrio del organismo. El tratado también otorga un lugar central a la formación del ciudadano y del atleta. Filóstrato distingue entre la gimnasia orientada al entrenamiento de los atletas profesionales, cuyo fin es el rendimiento en los juegos, y la gimnasia destinada a los ciudadanos comunes, que debía garantizar salud, vigor físico y preparación para la defensa de la polis. En ambos casos, la gimnasia es entendida como una herramienta educativa y moral, capaz de disciplinar el carácter, cultivar la resistencia y fomentar el autocontrol, integrando cuerpo y alma en un ideal de armonía.

Uno de los aportes más notables del Gymnastikós radica en la metodología del entrenamiento. Filóstrato describe principios que hoy consideraríamos modernos: la dosificación del esfuerzo, la progresión gradual de la carga, la variedad de los ejercicios y la necesidad de una adaptación individualizada según edad, condición física y objetivos. Advierte que el exceso de entrenamiento puede ser perjudicial, generando desequilibrios y debilitamiento en lugar de fortaleza. Asimismo, critica la especialización extrema en un único tipo de ejercicio, pues rompe la armonía corporal. Estas ideas anticipan de manera sorprendente los principios contemporáneos de la prescripción de ejercicio en kinesiología y ciencias del deporte.

El tratado también dedica espacio a la dieta y al estilo de vida. Inspirado en tradiciones pitagóricas y médicas, Filóstrato sostiene que la alimentación, el descanso y la moderación en los placeres son inseparables de la práctica gimnástica. Una dieta equilibrada y un estilo de vida disciplinado, en conjunto con el ejercicio físico, garantizan el desarrollo de un cuerpo sano y funcional. Así, la gimnasia se presenta como parte de una higiene integral, anticipando concepciones holísticas de la salud.

En el ámbito cultural, Filóstrato defiende la gimnasia como componente esencial de la paideía, la formación integral del ciudadano. Al igual que la música, la retórica o la filosofía, la gimnasia formaba parte del camino hacia el ideal del hombre completo, cultivado tanto en el cuerpo como en el intelecto. En este sentido, el Gymnastikós no es solo un tratado técnico, sino también una obra que reflexiona sobre el lugar del cuerpo en la vida moral y cultural de la comunidad.

Por último, el texto cumple una función crítica y normativa: denuncia prácticas abusivas como el entrenamiento excesivo, la búsqueda de atajos poco naturales para obtener fuerza o la corrupción de los ideales atléticos en espectáculos. En su lugar, propone una gimnasia que sea al mismo tiempo salud, educación y virtud, vinculada al bien común.

Edad Media y Renacimiento

Durante la Edad Media, el pensamiento médico estuvo profundamente influido por las ideas de Galeno, cuya obra fue preservada, comentada y sistematizada por médicos bizantinos y, sobre todo, por la medicina árabe. Autores como Avicena (Canon de Medicina) y Averroes incorporaron sus conceptos sobre el equilibrio humoral, la higiene, el ejercicio y el masaje, adaptándolos a su propio contexto cultural y ampliando su alcance a través de las universidades medievales. En este período, el ejercicio físico no era entendido tanto como una práctica deportiva, sino como parte de un régimen de vida moderado (regimen sanitatis), dirigido a preservar la salud y prevenir enfermedades. Los regimina sanitatis (manuales de salud) recomendaban caminar, montar a caballo, cazar y realizar trabajos moderados, siempre equilibrados con dieta, descanso y hábitos morales.

Durante el Renacimiento, el redescubrimiento de los textos clásicos impulsó una revalorización del ejercicio físico y de la higiene como componentes esenciales del bienestar. El humanismo médico promovió una visión integral del hombre, rescatando la kalokagathía griega y el interés por la educación física como parte de la formación intelectual y moral. Un ejemplo notable de esta tendencia es The Castel of Helthe (Thomas Elyot, 1541), obra escrita en lengua vernácula que acercó conceptos de medicina, dieta, higiene y actividad física al público general, no solo a médicos o eruditos. Elyot, influido por Galeno y por la tradición hipocrática, defendía que el ejercicio moderado, adaptado a la edad y condición, fortalecía el cuerpo, prevenía enfermedades y mantenía la “buena complexión” (equilibrio humoral).

En este mismo período aparecieron dos tratados pioneros dedicados específicamente al ejercicio corporal: el Libro del ejercicio corporal y de sus provechos (Cristóbal Méndez, 1553) y el De Arte Gymnastica (Girolamo Mercuriale, 1569). La obra de Méndez, escrita en castellano y publicada en Sevilla, es anterior a la de Mercuriale y constituye el primer texto impreso en lengua española sobre el ejercicio físico. Su enfoque es más práctico y moral, dirigido a un público amplio, con recomendaciones higiénicas y médicas aplicables a la vida cotidiana. Mercuriale, en cambio, escribe en latín erudito y combina la filología humanista con la medicina clínica, analizando las prácticas gimnásticas grecorromanas y adaptándolas al saber médico de su tiempo. Mientras Méndez buscaba acercar el ejercicio al lector común como medio de salud, Mercuriale aspiraba a integrar la gimnasia en el marco de la medicina académica europea.

Así, el Renacimiento no solo recuperó la herencia de Galeno, Hipócrates y otros autores clásicos, sino que comenzó a reinterpretarla a la luz de una medicina más empírica. En los párrafos siguientes se profundizará en el contenido de las obras de Méndez y Mercuriale, destacando tanto sus coincidencias como sus diferencias, y mostrando cómo ambas sentaron bases para el surgimiento de la fisiología del ejercicio y la kinesiología modernas.

El ejercicio corporal y sus provechos. Cristobal Méndez 1553.

Cristóbal Méndez (1500–1561), médico afincado en Salamanca, es autor del Libro “Del ejercicio corporal y sus provechos” (1553), considerado la primera obra impresa en lengua castellana dedicada exclusivamente al estudio sistemático del ejercicio físico y sus aplicaciones para la salud. Su publicación se enmarca en el contexto del Renacimiento español, cuando el humanismo médico impulsaba la recuperación crítica de las fuentes clásicas (Hipócrates, Galeno, Mercuriale) y su adaptación a un público más amplio gracias a la imprenta y al uso de lenguas vernáculas.

En su tratado, Méndez clasifica los ejercicios en función de su intensidad, naturaleza y finalidad, distinguiendo entre ejercicios naturales (caminar, correr, nadar, montar a caballo) y ejercicios artificiales (aquellos realizados con aparatos o para fines recreativos). Describe de forma detallada los beneficios físicos, mentales y sociales de cada modalidad, subrayando su papel en la prevención de enfermedades y en el mantenimiento del equilibrio corporal, entendido en términos galénicos como la armonía de los humores.

Un aspecto innovador de su obra es la atención al momento oportuno para la práctica del ejercicio (tempus opportunum), considerando variables como la edad, el estado de salud, la hora del día, la estación del año y la condición climática. Méndez argumenta que un ejercicio mal dosificado o practicado en circunstancias inadecuadas podía resultar perjudicial, anticipando la idea moderna de la periodización y de la prescripción individualizada.

Desde una perspectiva filosófica, su enfoque recoge la tradición hipocrática del régimen de vida (diaita), donde el ejercicio es uno de los pilares junto con la alimentación y el descanso, pero lo adapta a la mentalidad renacentista, que valoraba la educación física como parte del cultivo integral del individuo. Históricamente, el Libro del ejercicio corporal y sus provechos constituye un eslabón clave entre las prácticas gimnásticas médicas de la Antigüedad y la consolidación de la educación física y la kinesiología en la Edad Moderna, contribuyendo a la difusión del ejercicio como recurso terapéutico y preventivo en la cultura hispana.

En términos científicos actuales, muchas de sus recomendaciones son coherentes con la evidencia en fisiología del ejercicio: la adaptación de la intensidad y el tipo de actividad a la condición individual, la importancia de la progresión, y la consideración de factores ambientales en el rendimiento y la seguridad del practicante. Por ello, Cristóbal Méndez puede considerarse un precursor en la transmisión del conocimiento médico sobre el ejercicio a la sociedad general, combinando rigor técnico con un lenguaje accesible y práctico.

Girolamo Mercuriale y el De Arte Gymnastica (1569)

El médico humanista italiano Girolamo Mercuriale (1530–1606) publicó en Venecia, en 1569, la primera edición de su obra De Arte Gymnastica, considerada el primer tratado moderno dedicado al estudio del ejercicio físico desde una perspectiva médica, histórica y científica. La obra surgió en el contexto del Renacimiento, en el que el redescubrimiento de los textos clásicos impulsaba la revalorización de la higiene, la dieta y la actividad física como pilares del bienestar. Mercuriale, formado en las universidades de Bolonia y Padua, se propuso reunir el legado de autores grecorromanos (especialmente Hipócrates, Galeno y Filóstrato) con la práctica clínica de su tiempo, dando lugar a un texto que puede considerarse un punto de partida en la historia de la fisiología del ejercicio y de la kinesiología moderna.

El De Arte Gymnastica está estructurado en seis libros. En el primero, Mercuriale realiza una reconstrucción histórica de la gimnasia antigua, describiendo los gimnasios griegos y romanos como instituciones cívicas que cumplían funciones educativas, higiénicas y militares. El segundo libro se dedica a clasificar los ejercicios, distinguiendo entre actividades naturales (caminar, correr, nadar), artificiales (lucha, lanzamientos, esgrima, uso de pesas), pasivas (masajes, fricciones, manipulaciones) y violentas (esfuerzos extremos o competitivos). Esta clasificación constituye uno de los primeros intentos de ordenar la práctica física en función de sus objetivos y efectos sobre el cuerpo.

Los libros tercero y cuarto son de particular relevancia. El tercero describe de manera minuciosa los principales ejercicios de la Antigüedad, explicando tanto su técnica como sus beneficios y riesgos. El cuarto, por su parte, introduce un análisis médico de los efectos del ejercicio sobre la salud, retomando la tradición hipocrática y galénica de los humores, pero incorporando observaciones clínicas propias. Mercuriale afirma que el movimiento regula la circulación, favorece la digestión, fortalece la respiración y ayuda a prevenir enfermedades, anticipando la idea de que el ejercicio puede considerarse una terapia preventiva y correctiva. En el quinto libro, el autor amplía su perspectiva a la higiene integral, vinculando la gimnasia con la dieta, el sueño, los baños, los masajes y el uso de aceites. Insiste en que la salud depende de un equilibrio armónico entre ejercicio, alimentación y descanso, de modo que la gimnasia no debe ser entendida como una práctica aislada, sino como parte de un régimen completo de vida. El sexto libro cierra el tratado con una propuesta más innovadora: la prescripción individualizada de ejercicios. Aquí Mercuriale establece recomendaciones según edad, sexo, constitución física y enfermedades específicas, sentando un precedente directo para lo que siglos después se transformaría en la fisioterapia clínica.

El impacto del De Arte Gymnastica fue considerable. A diferencia del Libro “Del ejercicio corporal y de sus provechos” de Cristóbal Méndez (1553), que era anterior y estaba dirigido a un público más amplio en lengua vernácula, la obra de Mercuriale estaba escrita en latín erudito y destinada a médicos, humanistas y estudiosos de la Antigüedad. Méndez enfatizaba la utilidad moral y práctica del ejercicio en la vida cotidiana, mientras que Mercuriale aspiraba a institucionalizar la gimnasia dentro de la medicina académica europea, dándole prestigio científico y filosófico.

En síntesis, el De Arte Gymnastica representa el primer intento sistemático en la Edad Moderna de integrar el ejercicio físico al arte médico. Su valor radica no solo en rescatar el legado clásico, sino en reinterpretarlo con criterios renacentistas, proponiendo una práctica física reglada, higiénica y adaptada al individuo. La influencia de Mercuriale trascendió fronteras, y su obra se convirtió en un referente de la medicina preventiva, la higiene renacentista y, en última instancia, de la futura kinesiología científica.

Orígenes y fundamentos filosóficos del mecanicismo y su proyección en la ciencia del movimiento (1637–1747)

El mecanicismo es una corriente filosófica y científica que interpreta la naturaleza (incluido el cuerpo humano y sus funciones) como una máquina compuesta de partes interrelacionadas, cuyo funcionamiento puede explicarse completamente a través de leyes físicas y mecánicas. Surgido en el siglo XVII con pensadores como René Descartes y Pierre Gassendi, el mecanicismo rechazó explicaciones vitalistas o teleológicas, sosteniendo que los fenómenos naturales podían comprenderse del mismo modo que el movimiento de engranajes o resortes. En este marco, procesos como la respiración, la circulación o el movimiento muscular eran analizados como operaciones mecánicas regidas por causalidad estricta. Este paradigma tuvo una enorme influencia en la medicina, la fisiología y la filosofía moderna, sentando las bases para el desarrollo posterior de la biomecánica y de las ciencias naturales experimentales.

El mecanicismo tiene uno de sus momentos fundacionales en la obra de René Descartes (1596–1650), filósofo, matemático y científico francés que, en su Discurso del método (1637), estableció un sistema de razonamiento lógico y analítico que marcaría de manera decisiva el rumbo de la ciencia occidental. En textos complementarios como Tratado del hombre y Las pasiones del alma, Descartes formuló una concepción de la naturaleza, incluido el cuerpo humano, como una máquina compleja regida por leyes físicas y mecánicas.

Esta visión se apoyaba en su dualismo ontológico, que distingue entre res cogitans (la sustancia pensante) y res extensa (la sustancia material). Si bien mantenía la noción del alma como principio inmaterial, la separaba de las funciones biológicas, habilitando el estudio del organismo en términos puramente físicos y cuantificables. De este modo, procesos como la circulación, la respiración, la contracción muscular o el movimiento podían analizarse mediante los mismos principios que rigen los mecanismos inanimados.

El mecanicismo cartesiano no surgió en un vacío intelectual. Se inserta en una tradición que remonta sus raíces al atomismo antiguo de Demócrito y Epicuro, quienes explicaban los fenómenos naturales como interacción de partículas materiales. Sin embargo, Descartes dio a este legado una forma coherente, con un marco matemático y experimental sustentado en la geometría y la física de su época. En medicina, esta concepción impulsó el surgimiento de la Escuela Iatrofísica, dedicada a describir los procesos fisiológicos mediante las leyes de la mecánica, convirtiéndolos en fenómenos cuantificables, predecibles y modelizables.

La proyección empírica de esta visión llegó con Giovanni Alfonso Borelli (1608– 1679), matemático y naturalista italiano, considerado el padre de la iatromecánica. En su obra De Motu Animalium (“Sobre el movimiento de los animales”, 1680–1681), aplicó de manera sistemática los principios de la mecánica newtoniana y la geometría al estudio del movimiento humano y animal. Borelli describió con detalle la locomoción, la contracción muscular, la respiración y el papel de las palancas óseas, utilizando diagramas y cálculos para demostrar que el cuerpo podía ser explicado mediante relaciones de fuerzas, momentos y trayectorias. Sus análisis anticiparon conceptos clave de la biomecánica moderna como la relación fuerza-longitud en el músculo, el estudio cinemático y cinético del movimiento y la optimización mecánica de las articulaciones.

Históricamente, Descartes aportó el marco filosófico y epistemológico para concebir el cuerpo como mecanismo, mientras que Borelli desarrolló un programa científico aplicado, uniendo anatomía, física y matemáticas en un discurso explicativo integrado. Este binomio filosófico–experimental no solo influyó en la anatomía funcional y la fisiología del movimiento, sino también en la ingeniería biomédica y, de manera directa, en la fisiología del ejercicio y la posterior kinesiología.
En este mismo horizonte, Julien Offray de La Mettrie (1709–1751) llevó el mecanicismo a su extremo lógico en L’Homme Machine (1747), despojando al cuerpo de cualquier principio inmaterial y defendiendo un materialismo fisiológico radical. Influido por Descartes pero crítico de su dualismo, La Mettrie afirmó que no existe distinción sustancial entre mente y cuerpo: las funciones mentales, las emociones y la voluntad son manifestaciones de procesos orgánicos y nerviosos, sometidos a las mismas leyes que los fenómenos físicos.

La Mettrie no solo popularizó la metáfora del cuerpo–máquina, sino que la usó para cuestionar concepciones morales y religiosas de la salud y la enfermedad. En términos de ciencia del movimiento, su visión implicaba que todo patrón motor, toda capacidad de aprendizaje y toda adaptación física podían explicarse por mecanismos fisiológicos observables y medibles. Filosóficamente, consolidó la idea de que el estudio del movimiento humano debía basarse en causas naturales, modelos mecánicos y observación sistemática, sin apelar a entidades no verificables.

En la ciencia contemporánea, aunque el mecanicismo cartesiano y el materialismo de La Mettrie han sido matizados por la biología sistémica, la teoría de redes y la biomecánica no lineal, su énfasis en el análisis racional, la cuantificación y la modelización matemática sigue siendo un principio rector. El legado conjunto de Descartes, Borelli y La Mettrie no se limita a haber explicado el movimiento en términos físicos: instauraron un método de pensamiento y acción que aún sustenta la investigación en kinesiología, medicina del deporte y rehabilitación, donde el cuerpo es abordado como un sistema dinámico cuyas funciones pueden ser descritas, medidas, optimizadas y, sobre todo, intervenidas con base científica.

Del siglo XVIII al XIX: nacimiento del concepto de Kinesiología

Peter Henrik Ling fue un educador y pionero sueco en el ámbito de la educación física y la gimnasia terapéutica. Nació en Småland, Suecia, en 1776, y es considerado el fundador de la gimnasia sueca (Swedish Gymnastics), un método sistemático que integró de manera innovadora principios de anatomía, fisiología y biomecánica con la práctica física. Este enfoque no solo buscaba el desarrollo de la fuerza y la destreza, sino también la prevención y el tratamiento de enfermedades a través de ejercicios cuidadosamente diseñados y adaptados a las capacidades individuales.

Según Branting (1866) en Gymnastikens allmänna grunder, la originalidad del método de Ling radicaba en la planificación estructurada de las sesiones, con movimientos precisos, progresivos y justificados desde el punto de vista funcional, y en la clasificación de la gimnasia en ramas pedagógica, médica, militar y estética. Ling sostenía que el movimiento debía comprenderse y aplicarse desde un conocimiento profundo de la anatomía humana, lo que implicaba que los instructores recibieran formación en ciencias básicas, algo revolucionario para su tiempo.

Björnsson (2008) destaca que el surgimiento de la gimnasia sueca debe entenderse en un contexto de renovación cultural y científica en Europa a inicios del siglo XIX, cuando la educación física comenzaba a ganar un estatus académico y sanitario. Ling, influido por sus propias dolencias reumáticas y respiratorias, aplicó sus descubrimientos personales sobre los beneficios del ejercicio en la recuperación y el fortalecimiento corporal, desarrollando un sistema que unía el rigor científico con una profunda preocupación por el bienestar general de la población.

Pfister (2003) subraya que el sistema de Ling no surgió en aislamiento, sino en diálogo y, en ocasiones, en confrontación con otros movimientos europeos, como el Turnen alemán de Friedrich Ludwig Jahn y las prácticas deportivas británicas. Mientras el Turnen enfatizaba el patriotismo y la formación física colectiva, y el deporte inglés se centraba en la competencia, Ling defendía un enfoque metódico, terapéutico y educativo, que colocaba al individuo en el centro de la intervención física. Este carácter científico y humanista facilitó la incorporación de sus métodos en hospitales, escuelas y fuerzas armadas, y sentó una base conceptual que, con el tiempo, contribuiría al desarrollo de la kinesiología moderna como ciencia del movimiento humano.

Formación y motivaciones: En su juventud, Peter Henrik Ling padeció diversos problemas de salud, entre ellos afecciones reumáticas y respiratorias crónicas, que en esa época solían limitar significativamente la calidad de vida y la expectativa de longevidad. Las limitadas opciones terapéuticas disponibles a finales del siglo XVIII, principalmente basadas en tratamientos empíricos y en la medicina humoral, no lograban ofrecerle una mejoría duradera.

Ling inició estudios en la Universidad de Lund y posteriormente en la Universidad de Uppsala, donde entró en contacto con corrientes intelectuales que combinaban la filosofía natural, la medicina y la educación. Durante este período, desarrolló un profundo interés por la anatomía y la fisiología humana, no solo desde una perspectiva académica, sino como medio para comprender su propia condición física.
Fue en este contexto que descubrió la esgrima, disciplina que practicó intensamente y que le proporcionó mejoras notables en su movilidad articular, fuerza y capacidad respiratoria. La esgrima, con su énfasis en el control postural, la coordinación y el ritmo, le mostró de manera empírica que el movimiento dosificado y técnicamente guiado podía producir efectos correctivos y restauradores en el cuerpo humano.

Este cambio personal, documentado en testimonios recopilados por sus contemporáneos, lo llevó a formular una hipótesis temprana: el ejercicio físico, si se diseñaba con criterios fisiológicos y se ejecutaba de manera controlada, podía servir como herramienta preventiva y terapéutica frente a múltiples enfermedades, especialmente las relacionadas con el sistema musculoesquelético y respiratorio.

Ling comenzó a observar y registrar sistemáticamente las respuestas de su cuerpo y de otros practicantes ante diferentes tipos de movimientos. Estos apuntes iniciales, combinados con la literatura médica disponible y sus estudios formales, se convirtieron en el germen de su método de gimnasia sueca. En su visión, el ejercicio no debía limitarse al fortalecimiento muscular, sino que debía integrarse como parte de una estrategia integral de higiene corporal, rehabilitación y educación física, un concepto adelantado a su tiempo y alineado con lo que décadas después se consolidaría como kinesiología.

Fundación del Royal Gymnastic Central Institute (1813): En 1813, Peter Henrik Ling, con el apoyo del gobierno sueco y de la monarquía, fundó en Estocolmo el Kungliga Gymnastiska Centralinstitutet (Royal Gymnastic Central Institute), institución que marcaría un antes y un después en la historia de la educación física y la rehabilitación. Su objetivo principal era la formación de instructores en gimnasia que no solo dominaran la ejecución de ejercicios, sino que comprendieran los fundamentos anatómicos, fisiológicos y biomecánicos que los sustentaban.

En una época en la que la educación física se concebía sobre todo como una actividad recreativa o militar, Ling propuso un modelo pedagógico-científico, que integraba el estudio teórico con la práctica supervisada. Los estudiantes del instituto recibían formación en anatomía, fisiología, higiene, metodología de enseñanza y técnicas de observación y corrección postural, lo que convertía a esta institución en una verdadera escuela profesional de la educación física y la terapia por el movimiento.
Ling estructuró su método en cuatro ramas principales, que respondían a objetivos diferenciados pero complementarios:

Gimnasia pedagógica
Dirigida principalmente a niños y jóvenes en el contexto escolar, esta rama tenía como propósito el desarrollo equilibrado del cuerpo, la mejora de la postura, la coordinación motriz y la disciplina física. Se diseñaban rutinas graduadas para fortalecer la musculatura, prevenir deformidades y promover hábitos saludables. La gimnasia pedagógica también buscaba formar ciudadanos físicamente aptos y moralmente disciplinados, reflejando la importancia que Ling daba al binomio cuerpo-mente.

Gimnasia médica
Considerada por muchos autores como el antecedente directo de la fisioterapia moderna, esta rama aplicaba el ejercicio con fines preventivos y terapéuticos. Los movimientos se prescribían como “medicamentos cinéticos” ajustados a la patología y condición física del paciente. Incluía técnicas de movilización pasiva, estiramientos, fortalecimiento y reeducación funcional.
En esta área, Ling colaboró con médicos para validar los efectos fisiológicos de los ejercicios, sentando las bases de la prescripción de actividad física con criterios científicos.

Gimnasia militar
Pensada para la preparación física de soldados, esta rama combinaba fuerza, resistencia, agilidad y manejo de armas. El entrenamiento incluía saltos, escaladas, carreras y ejercicios de combate simulado. Su objetivo era mejorar el rendimiento físico en situaciones de campaña y reducir el riesgo de lesiones en combate.

Gimnasia estética
Enfocada en la armonía del movimiento, el ritmo, la expresividad corporal y la gracia en la ejecución de ejercicios. Aunque con menor proyección terapéutica o militar, esta rama tenía un fuerte componente cultural y artístico, fomentando la apreciación del cuerpo como vehículo de expresión. Era especialmente valorada en actividades sociales y presentaciones públicas.

El Royal Gymnastic Central Institute no solo formó instructores en Suecia, sino que atrajo a estudiantes de otros países europeos, convirtiéndose en un centro de referencia internacional. Sus egresados exportaron el método sueco a Dinamarca, Alemania, Inglaterra y posteriormente a América, donde influenció la educación física y los primeros programas de rehabilitación.

Este modelo institucional fue pionero en combinar práctica física, formación académica y aplicación clínica, elementos que hoy son inherentes a la formación universitaria en kinesiología y fisioterapia.

Aportes científicos y metodológicos
Peter Henrik Ling realizó contribuciones fundamentales que trascendieron el ámbito de la educación física y se proyectaron hacia la medicina, la rehabilitación y, más adelante, la kinesiología moderna.
En primer lugar, introdujo el análisis del movimiento desde una perspectiva anatómica y fisiológica, lo que supuso un cambio radical en la manera de concebir la actividad física. Hasta ese momento, el ejercicio se enseñaba principalmente por imitación o tradición empírica, sin una comprensión detallada de las estructuras musculoesqueléticas y su función. Ling insistía en que cada ejercicio debía justificarse científicamente, explicando qué músculos y articulaciones intervenían, qué efectos tenía sobre los sistemas corporales y cómo se relacionaba con la postura y la salud general. Este enfoque sistemático sentó las bases de lo que hoy entendemos como biomecánica aplicada al ejercicio.
Además, promovió la idea de que el ejercicio debía ser dosificado, controlado y adaptado a cada individuo, en función de su edad, sexo, condición física, estado de salud y objetivos. Esta visión anticipó principios actuales de la prescripción del ejercicio y la carga progresiva, que son pilares tanto en el entrenamiento deportivo como en la fisioterapia y la rehabilitación. Ling rechazaba la práctica indiscriminada o excesiva, advirtiendo que la actividad física mal administrada podía ser tan perjudicial como la inactividad.

Por otra parte, Ling utilizó la observación sistemática para evaluar la eficacia de sus ejercicios, registrando de manera metódica los cambios en fuerza, movilidad, postura y bienestar general de sus alumnos y pacientes. Si bien no aplicaba la metodología estadística moderna, su forma de trabajo incorporaba ya principios de evaluación de resultados y retroalimentación del método, lo que influyó en el desarrollo posterior de la metodología científica en rehabilitación.

Este conjunto de aportes, fundamentación anatómica y fisiológica del movimiento, individualización y dosificación de la carga, y observación sistemática de resultados, colocó a Ling en la transición entre una gimnasia de carácter empírico y una educación física sustentada en principios científicos, abriendo el camino para la profesionalización de disciplinas como la kinesiología y la fisioterapia.

El sistema de Peter Henrik Ling trascendió rápidamente las fronteras de Suecia y, a lo largo del siglo XIX, se difundió por gran parte de Europa y América, adaptándose a contextos tan diversos como hospitales, escuelas, academias militares y centros comunitarios. Sus egresados, formados en el Royal Gymnastic Central Institute, llevaron consigo un método estructurado, científicamente fundamentado y adaptable, lo que facilitó su integración en distintos sistemas educativos y sanitarios.
En el ámbito hospitalario, la gimnasia médica de Ling se incorporó como parte de programas de rehabilitación postquirúrgica, tratamiento de lesiones musculoesqueléticas y prevención de deformidades posturales. Este fue uno de los primeros ejemplos documentados de uso sistemático del ejercicio como intervención terapéutica, antecedente directo de la fisioterapia moderna.

En el entorno militar, su gimnasia militar contribuyó a mejorar la preparación física, la resistencia y la prevención de lesiones en soldados, mientras que en las escuelas la gimnasia pedagógica estableció un modelo curricular que integraba disciplina, higiene corporal y desarrollo psicomotor, elementos que luego influirían en las políticas públicas de educación física en países como Dinamarca, Alemania y el Reino Unido.

Su influencia no fue meramente técnica, sino también conceptual. Ling logró profesionalizar la educación física en una época en la que esta actividad carecía de reconocimiento académico. Fue capaz de vincularla directamente con la medicina, al fundamentar el ejercicio en bases anatómicas y fisiológicas, y al introducir criterios de dosificación y evaluación de resultados.

Diversos historiadores del deporte y la medicina (Björnsson, 2008; Pfister, 2003) coinciden en que Ling estableció uno de los pilares conceptuales de la kinesiología contemporánea: la idea de que el movimiento humano, correctamente aplicado y supervisado, puede ser tanto un medio educativo como un tratamiento médico. Esta integración de ciencia, pedagogía y salud sigue siendo la base de la práctica kinesiológica actual.

Fundamentos científicos de la medicina moderna y sus aportes a la kinesiología

En el siglo XIX, la medicina experimentó un giro decisivo hacia la objetivación científica, la higiene hospitalaria y la biología experimental. Diversas figuras aportaron descubrimientos y metodologías que transformaron la comprensión de la salud y sentaron bases que posteriormente serían integradas en la práctica de la kinesiología.

El primero en destacar es William Stokes (1804–1878), médico irlandés que integró la auscultación cardiopulmonar con la observación clínica del movimiento torácico. Sus descripciones sobre la disnea, la insuficiencia cardíaca y los patrones respiratorios siguen siendo referencia en la clínica moderna. Stokes consolidó la observación sistemática de la mecánica respiratoria y del rendimiento cardiopulmonar, aportando fundamentos para el diagnóstico y la intervención terapéutica que la kinesiología adoptaría más tarde.

En paralelo, Guillaume Duchenne de Boulogne (1806–1875) abrió nuevas rutas en el campo musculoesquelético. Fue pionero en el uso de la electroestimulación para investigar la fisiología muscular, describiendo con precisión el papel de grupos musculares específicos en el movimiento y clasificando diversas distrofias musculares. Sus aportes constituyen un antecedente directo tanto de la electroterapia como de la evaluación funcional que hoy emplea la kinesiología musculoesquelética.
En 1846, John Hutchinson (1811–1861) presentó el espirómetro, un instrumento destinado a medir la capacidad vital pulmonar. Con él inauguró un modelo de análisis cuantitativo de la función respiratoria, estableciendo la correlación entre volúmenes pulmonares, edad, complexión y esperanza de vida. Este aporte marcó el inicio de la fisiología respiratoria moderna y abrió el camino para que el movimiento respiratorio pudiera ser evaluado objetivamente, lo cual sería esencial para la rehabilitación pulmonar y para la kinesiología cardiorrespiratoria.

En el terreno de la fisiología general, la figura de Claude Bernard (1813–1878) representa un punto de inflexión. Considerado el padre de la medicina experimental, Bernard defendió que el conocimiento médico debía basarse en la observación rigurosa y la verificación empírica mediante la experimentación controlada. Entre sus aportes más relevantes se encuentran la función glicogénica del hígado, el estudio del sistema nervioso simpático y la regulación vascular. Su mayor legado conceptual fue el desarrollo del concepto de “milieu intérieur” (medio interno), principio que décadas más tarde evolucionaría a la noción de homeostasis. Para la kinesiología, Bernard sentó las bases para comprender la adaptación al esfuerzo, la fatiga, la recuperación y la prescripción de ejercicio dosificado, principios que siguen siendo centrales en la disciplina.

Casi al mismo tiempo, Ignaz Semmelweis (1818–1865) revolucionó la práctica hospitalaria al demostrar en la década de 1840 que el simple lavado de manos con soluciones cloradas reducía drásticamente la mortalidad por fiebre puerperal. Aunque inicialmente resistido, su hallazgo inauguró la medicina preventiva moderna, al establecer que la seguridad del paciente depende no solo del tratamiento, sino también de las condiciones higiénicas del entorno. Este principio resultó decisivo para la posterior implementación de protocolos higiénicos en la kinesiología hospitalaria y en la práctica clínica en general.

En la segunda mitad del siglo, Louis Pasteur (1822–1895) transformó la medicina al demostrar que los microorganismos eran responsables de múltiples enfermedades. Sus investigaciones sobre fermentación, putrefacción y vacunación dieron origen a la teoría germinal de la enfermedad, que desplazó definitivamente las explicaciones vitalistas y humoralistas. Con Pasteur, la prevención de enfermedades pasó a apoyarse en medidas de asepsia, control ambiental y vacunación, configurando un paradigma científico que vinculó estrechamente la salud pública con la clínica.

Por último, Jean-Martin Charcot (1825–1893) consolidó la neurología clínica desde el Hospital de la Salpêtrière en París. Estudió con rigor enfermedades como la esclerosis múltiple, la esclerosis lateral amiotrófica y el Parkinson, y analizó la relación entre lesiones neurológicas, trastornos motores, tono muscular y reflejos. Su trabajo abrió el camino a la rehabilitación neurológica y a la aplicación de la kinesiología en el restablecimiento funcional del movimiento.

El impacto de todos estos aportes en la kinesiología es profundo. De Stokes heredamos la observación de la mecánica cardiorrespiratoria y sus aplicaciones clínicas. De Duchenne, el estudio fisiológico de los músculos y la electroestimulación como herramienta diagnóstica y terapéutica. De Hutchinson, la medición objetiva de la función vital, indispensable para evaluar la eficacia de los tratamientos respiratorios. De Bernard, la comprensión del medio interno y los mecanismos de regulación fisiológica, base de la adaptación al esfuerzo y la recuperación funcional. De Semmelweis, la convicción de que toda intervención clínica requiere un marco de higiene y prevención, condición básica para una práctica segura. De Pasteur, la certeza de que el kinesiólogo trabaja con un ser humano biológicamente vulnerable, lo que implica integrar protocolos de protección y prevención en su quehacer. Y de Charcot, la relación entre sistema nervioso y movimiento, fundamento de la rehabilitación neurológica.

En conjunto, estos aportes consolidaron a la kinesiología como una disciplina que no se limita al estudio y tratamiento del movimiento, sino que lo inscribe dentro de un paradigma científico de medición, regulación, prevención y biología aplicada a la salud, heredero directo de los avances médicos y científicos del siglo XIX.

El ejercicio físico como higiene en el primer número de la Revista Médica de Chile (1872)

El doctor A. Murillo, antiguo cirujano militar, publicó en el primer número de la Revista Médica de Chile (1872) uno de los textos más tempranos en el país que vincula de forma explícita el ejercicio físico con la higiene y la medicina preventiva. Su artículo, titulado “Educación física i enseñanza de la hijiene”, se convirtió en un manifiesto pionero sobre la importancia de la gimnasia para la salud individual y el progreso social.

Murillo parte criticando la vida sedentaria y el exceso de estudio en los jóvenes, a quienes considera debilitados por la inmovilidad y el descuido del cuerpo. Frente a ello, propone la gimnasia como un recurso esencial para equilibrar el desarrollo físico e intelectual, señalando que “la jimnástica higiénica i la jimnástica ortopédica o terapéutica hacen maravillas”. El ejercicio, en su visión, no era solo un complemento educativo, sino un acto médico y social, indispensable para prevenir enfermedades, corregir deformidades y robustecer el carácter.

Desde su experiencia militar y clínica, Murillo narra casos de alumnos frágiles o enfermos que recuperaron la salud mediante la práctica sistemática de la gimnasia. Destaca que el ejercicio no solo fortalece el cuerpo, sino que también contribuye a la formación moral, pues enseña disciplina, orden y autocontrol. En sus propias palabras, la higiene debía ser considerada un deber cívico: “La hijiene afianza la moral, modifica las costumbres, enaltece al individuo”.

El artículo se inserta además en un proyecto pedagógico: Murillo insiste en que la higiene y la gimnasia debían enseñarse en las escuelas y liceos como parte obligatoria del currículo. Reclama manuales accesibles, infraestructura adecuada y una instrucción progresiva con aparatos como trapecios, perchas, palanquetas o sacos, siempre bajo la guía de maestros preparados. Incluso reivindica la necesidad de incorporar a las niñas en la enseñanza gimnástica, argumentando que sin mujeres sanas y fuertes no podría formarse una sociedad vigorosa.

En síntesis, este texto no se limita a recomendar el ejercicio como entretenimiento o deporte, sino que lo sitúa en el centro de la higiene médica y social. Murillo se adelanta al pensamiento moderno al plantear que la salud de la población depende no solo de la medicina curativa, sino también de la educación física preventiva, articulando un discurso que anticipa la futura consolidación de la kinesiología en Chile.

Historia de la Kinesiología en Chile

La kinesiología en Chile ha transitado un camino de consolidación desde sus primeras manifestaciones en la educación física hasta convertirse en una disciplina universitaria regulada y con presencia profesional en el sistema de salud. A comienzos del siglo XX, figuras como Leotardo Matus impulsaron la gimnasia escolar y cuestionaron la aplicación acrítica del sistema sueco, sentando las bases pedagógicas de lo que después sería un campo médico. En 1906 se estableció el primer gabinete de Kinesiterapia, y para 1929 empezó a formalizarse dentro del currículo de Educación Física como la Sección de Kinesiterapia. El año 1935 marcó la aparición de los primeros títulos denominados “Entrenadores y Masajistas”, los que, en 1943, evolucionaron a “Técnico en Kinesiterapia” y, finalmente, en 1947, se instauró oficialmente el profesional de Kinesiólogo.

Simultáneamente, en 1941 nació la Asociación de Kinesiólogos de la Universidad de Chile, que obtuvo personalidad jurídica en 1952. Un salto decisivo fue la creación de la Escuela independiente de Kinesiología en la Universidad de Chile (1956–1957), con un plan de estudios autónomo y la primera generación de kinesiólogos graduados en 1959. La formalización gremial llegó en 1969 con la creación del Colegio de Kinesiólogos de Chile, que otorgó regulación ética y profesional a la disciplina, reforzando su marco legal y el reconocimiento en el sistema sanitario. En 1981, la kinesiología fue incorporada al sistema de salud pública (Fonasa), consolidando su rol institucional en la atención primaria y hospitalaria.

Hoy, la profesión está presente en instituciones educativas, centros clínicos y programas comunitarios, con una formación académica robusta, investigación en áreas como biomecánica, neurociencia, ejercicio terapéutico y salud pública, y un gremio activo que impulsa la ética profesional, el desarrollo científico y la proyección social de la kinesióloga y kinesiólogo en Chile.

Algunas conclusiones provisorias y generales

Al recorrer la historia desde la perspectiva del razonamiento kinesiológico, se observa una línea continua que conecta la filosofía, la medicina, la educación física y la ciencia moderna en torno a una misma intuición: el ejercicio es indispensable para la salud y posee un potencial terapéutico que lo convierte en parte constitutiva de la intervención clínica. Esta línea de continuidad es lo que otorga a la kinesiología su identidad como disciplina científica y sanitaria.

En la Antigüedad, Heródico, Hipócrates y Galeno pusieron las primeras piedras al integrar el movimiento en regímenes terapéuticos y de prevención. Durante el Renacimiento, Cristóbal Méndez y Girolamo Mercuriale trasladaron esa intuición a un lenguaje médico humanista, articulando la gimnasia como parte de la higiene y la educación del ciudadano. La modernidad mecanicista aportó herramientas de observación, medición y explicación causal que permitieron entender el movimiento desde la física y la anatomía, preparando el terreno para su aplicación clínica sistemática.

El punto de inflexión llegó con Peter Henrik Ling y la gimnasia sueca, que por primera vez estableció un sistema institucional de educación y aplicación terapéutica del ejercicio. Ling no solo profesionalizó la enseñanza de la actividad física, sino que formuló principios que hoy siguen vigentes: la necesidad de fundamentar cada movimiento en el conocimiento anatómico y fisiológico, la importancia de dosificar y adaptar la carga, y la integración del ejercicio a la prevención y rehabilitación de enfermedades. Su legado ilustra el paso del razonamiento empírico a un razonamiento kinesiológico formalizado, que reconoce al ejercicio como un recurso científico y terapéutico.

En el siglo XIX y XX, con la medicina experimental de Claude Bernard, los aportes de Duchenne de Boulogne a la fisiología muscular, los estudios de John Hutchinson sobre la función respiratoria y los avances de Charcot en neurología, el razonamiento kinesiológico adquirió un respaldo empírico sin precedentes. Se consolidó la idea de que la funcionalidad podía ser evaluada objetivamente, y que el ejercicio dosificado podía restaurar capacidades perdidas en patologías musculoesqueléticas, respiratorias y neurológicas. La integración de la kinesiología en hospitales, escuelas y programas de salud pública en Chile y el mundo confirmó que el movimiento es, efectivamente, una herramienta de salud de primer orden.

Hoy, cuando la kinesiología se proyecta como ciencia interdisciplinaria, la noción de razonamiento kinesiológico adquiere un valor estratégico. No se trata solo de aplicar técnicas o protocolos, sino de sostener una visión en la que el movimiento se reconoce como un fenómeno biológico, social y cultural, capaz de prevenir enfermedades, mejorar la calidad de vida y restaurar la funcionalidad perdida. La historia demuestra que esta convicción no es nueva, sino que ha sido validada una y otra vez a lo largo de los siglos. La diferencia es que ahora contamos con un cuerpo de evidencia científica y un marco académico que legitiman lo que los antiguos ya intuían.

En conclusión, la historia del razonamiento kinesiológico nos recuerda que la esencia de la disciplina no reside únicamente en sus técnicas actuales, sino en la continuidad de una idea: el movimiento humano es salud. Este principio, que atraviesa épocas y contextos, constituye tanto la raíz como el horizonte de la kinesiología contemporánea. Reconocerlo es asumir la responsabilidad de seguir construyendo una disciplina que, fiel a su tradición, utiliza el ejercicio no solo como medio de rendimiento o estética, sino como un recurso terapéutico y preventivo, al servicio de la restauración de la funcionalidad y del cuidado integral del ser humano.

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